viernes, 4 de septiembre de 2015

El síndrome del emperador / Padres que queriendo a sus hijos, les dañan cuando les dan de más.

Transformando emociones de la adversidad a la fortaleza.


El síndrome del emperador / 

Padres que queriendo a sus hijos, les dañan cuando les dan de más.

Por Sarah Russek de Weiss, Terapeuta Cognitivo Conductual.

Educa al niño de acuerdo a su propio camino, para que crezca y  no se aparte de éste.

- Proverbios 22:6


Llegar a ser considerados una fuente de bien para nuestros hijos, es sin duda un anhelo que todo padre o madre, comparten. Pero es un anhelo que cobra vida de muchas maneras.  Anhelar ser una fuente de bien para otros, es un anhelo del deseo de Dar, sin embargo, saber Dar es sin duda todo un Arte. Un Arte que requiere de una destreza, del manejo de una técnica y de un sentido estético, es decir de un sentido adecuado del equilibrio y las formas…  De hecho, para muchos, es más difícil saber Dar que Recibir… Y cuánto más cuando se trata de los hijos.
En ocasiones los papás y las mamás dan a sus hijos sin un formato  adecuado, causándoles  un daño, aún cuando la intención primera en su corazón sea positiva.  Dar  de maneras inconvenientes puede  resultar  en una situación que es todo lo contrario a una  bendición. Por ejemplo,  al  darlo todo desproporcionadamente,  al sacrificarse desmedidamente  para que no sufran, es muy probable que se les esté impidiendo un adecuado desarrollo y por lo tanto la capacidad de llevar una vida adulta plena.
Por difícil que parezca  a veces los progenitores no advierten que están dando de manera desmedida.  A veces no toman conciencia que al Dar a sus hijos inadecuadamente, más que ser una fuente de bien, se están convirtiendo en una fuente de mal para ellos. Tomemos por ejemplo, el caso de los niños que padecen lo que los  psicólogos e investigadores llaman “El Síndrome del Emperador”.
El Síndrome del Emperador es generado en los hijos, cuando los Padres -en su afán de hacerlos felices a toda costa y de que no sufran jamás-, simplemente dan de más. Los niños piden y ellos dan (aún lo que no piden y aún lo que no pueden dar).  Estos padres para poder satisfacer su propio deseo de Dar, se dicen cosas a sí  mismos como: “Es que está creciendo…” “Es que todos en su clase lo tienen…” “Es que no quiero que sufra.”   . Estos padres mandan el mensaje constante a sus hijos de que  “son los reyes”, “quienes  verdaderamente mandan” o de que “no les toca como hijos encargarse de aquello que genere incomodidad o frustración, que “eso es cosa de los papás”. Dar un poder desmedido (si bien,  incapacitante)  a los hijos, es la raíz principal de este Síndrome.
Los niños emperadores a los -que sus padres, en su anhelo de ser una bendición para ellos, les han dado todo sin límites “para que no sufran”- se convierten en niños cuyo síndrome se caracteriza por su incapacidad para tolerar las dificultades de la vida, ya que les faltó aprender  precisamente, una adecuada  tolerancia a la frustración. 
Sus padres se desvivieron con tal de que ellos “mientras estuvieran creciendo, jamás sufrieran, jamás se frustraran, etc.” A estos niños y adolescentes  les cuesta mucho trabajo por lo tanto, adaptarse ya no sólo al dolor que conlleva a veces vivir, tampoco se pueden adaptar a los diferentes encuadres sociales, académicos, laborales, etc.  Simplemente les cuesta mucho asirse de la vida, sufren y culpan a sus padres, pues no les dan más o suficiente; y nunca será suficiente.
Los hijos de los padres que dan demasiado, han vivido en un entorno casi libre de frustraciones y de oportunidades para probar sus propias fuerzas al salir adelante de sus propios problemas. Por ello, padecen de una vulnerabilidad, a veces crónica, ante las dificultades. No poseen la adecuada estructura mental  o cognoscitiva para resolver las contrariedades que se van presentando en su vida. Sus padres siempre les resolvieron los problemas, por lo que, en ese afán de protegerles, no les permitieron afrontar las consecuencias de sus actos. Es decir, no les permitieron aprender a valerse por sí mismos.
A veces esta sobreprotección de los padres hacia sus hijos, fue gestada ante la duda de si estaban criando bien a sus hijos o no. Es decir, que ante el temor de llegar a ser padres demasiado fríos, distantes o duros, les protegieron con mimos excesivos o evitándoles todo malestar, dolor o sufrimiento. A veces son padres que dieron de más al dar lo que ellos no tuvieron.
Como toda la responsabilidad fue asumida siempre por los padres, estos niños generan dependencia, falta de iniciativa, egoísmo, intolerancia, desadaptación y tiranía. Son hijos de padres que incluso llegaron literalmente a sacrificarse por ellos: con tal de darles el coche, el celular que ellos mismos no tienen, el viaje… En este esquema los padres están al servicio de los hijos, de ahí que “los pequeños” se vuelvan unos verdaderos tiranos, tal cual como emperadores, y los padres, sus esclavos. Es importante decir que este fenómeno no tiene que ver con clase social, nivel educativo o capacidad económica de los padres. La raíz del problema, como mencionamos arriba,  está en el esquema de creencias que los padres tienen en su mente acerca de qué es ser “buenos padres”, son las ideas de “que los hijos no sufran”, “que los padres nos tenemos que hacer cargo”, etc. Las que generan  un desbalance al momento de Dar.
Cuando un niño ha recibido desmedidamente,  ha recibido  poder y control desmedidos. De ahí que, cuando un hijo ha vivido bajo la falsa idea de que es “rey” y de que “sus papás están a su servicio”, de que “el mundo está para obedecerle”. Un daño grave  ha vulnerado la psique de ese niño o adolescente y su capacidad para lidiar con la realidad.
Para ser unos padres que sean una fuente de bien para sus  hijos, es importante recordar que la meta debe ser  que los niños vayan generando su propio repertorio de afrontamiento, que puedan asumir de acuerdo a su edad sus responsabilidades y las consecuencias de sus actos. Que   acrecienten su capacidad para la supervivencia, para lidiar con las incomodidades o dolores de la vida.
Para  crecer sanos necesitan aprender a tolerar frustraciones. No ganamos nada buenos si se les protege de los malestares o  dificultades razonables que corresponden a la edad o la maduración del niño.
Los hijos en realidad, para recibir un amor sano de nuestra parte: necesitan que les permitamos  aprender a experimentar sufrimiento, aunque cobijados por nosotros como padres. Y un poco del malestar que les va trayendo la vida, lo suficiente para que aprendan de estas  experiencias a resolverse quiénes son, y a vivir su propio camino de crecimiento y respuesta; y sobre todo a ser capaces de padecer esos malestares o incomodidades al Dar ellos mismos a otros.
Para ser una fuente de bien para los hijos, como padres debemos ser una autoridad basada en el diálogo, con amor, sensibilidad, comprensión.  Explicarles lo necesario, dejarles vivir, elegir y afrontar consecuencias.  Enseñarles análisis y reflexión en la toma de sus  decisiones, modelarles con el ejemplo una actitud de ret .
Pero para ello, es necesario que la última palabra, sea siempre la de los padres. No la de los hijos. La democracia se deja para lo opcional y accesorio, no para lo esencial. En lo substancial, en lo básico, en las cuestiones de criterio, los padres son los que deben tomar  las decisiones  teniendo en mente el bien último de sus hijos, aunque para llegar a éste haya que pasarse por unas buenas dosis de frustración. 
Cuando nos mueva el deseo de “dárselos todo” démoslo, pero a largo plazo, no a corto plazo...  Cumplamos así con el anhelo de Dar y ser una Bendición para nuestros hijos,  una  fuente de Bien para ellos.